Localizada en lo más recóndito de Sierra Morena y del parque natural de Despeñaperros, está diminuta Aldea de Magaña fundada en el último tercio del siglo XVIII al calor de las políticas colonizadoras promovidas por Carlos III y, en su nombre, dirigidas por Olavide, es hoy poco más que una romántica y bella ruina plantada en un hermoso valle serrano, un lugar acotado para los aventureros más avezados.
Dependiente de la «feligresía» de Santa Elena, la aldea contó en su fundación con ocho casas, iglesia, cura y cárcel, pero no llegó a tener médico y, menos aún, escuela para que los alemanes, sus primeros pobladores, no se despistaran de sus labores.