Cada Miércoles de Ceniza, el pequeño pueblo cordobés de Ochavillo del Río se transforma en un escenario único donde la tradición, la alegría y la participación popular se funden en una celebración inigualable: la Batalla de la Harina.
Desde primera hora de la mañana, el pueblo se tiñe de blanco con más de 300 kilos de harina que vuelan por el aire entre risas, juegos populares y disfraces. Es fiesta local y día no lectivo, así que los más pequeños toman las calles desde las 9 de la mañana, iniciando una divertida “refriega” que tiene su epicentro en la animada Plaza Real, donde se suman vecinos de todas las edades.
No faltan las tradiciones ni los buenos caldos, como el típico licor de hierbas mallorquín, que ayuda a entrar en calor. Las mujeres del pueblo, muchas disfrazadas por coincidir con el Carnaval, aportan entusiasmo y color a esta fiesta que se ha convertido en una seña de identidad local.
La harina se mezcla con juegos como la comba o el porrón, donde un botijo va pasando de mano en mano hasta que cae al suelo y se rompe, momento en el que se repone y el juego continúa.
Aunque la tradición marca que a las 12 en punto debe cesar el lanzamiento de harina, muchos se resisten a dejar de participar, especialmente cuando se incorporan los vecinos que regresan de trabajar. También es habitual la presencia de emigrantes ochavilleros que regresan estos días para reencontrarse con sus raíces y revivir momentos inolvidables de su infancia.
La jornada finaliza con un gran arroz popular preparado por la Asociación de Mujeres Josefa Alegre, que pone el broche de oro a una jornada entrañable. La fiesta continúa el domingo siguiente, en el llamado Domingo de Piñata, si el tiempo lo permite.
Un origen curioso
La Batalla de la Harina tiene un origen entrañable que se remonta a hace más de 60 años. Todo comenzó en la panadería del pueblo, cuando su propietaria, Amelia Castell, respondió con un buen puñado de harina a una clienta que le había arrojado polvos (harina o talco, no se sabe con certeza). Amelia, vestida de luto riguroso, no se lo pensó dos veces y cubrió a su vecina con harina de arriba abajo. Aquella anécdota causó tanto revuelo que, desde entonces, la harina sustituyó a la ceniza y dio inicio a una de las tradiciones más queridas de Ochavillo del Río.
Hoy, esta celebración es mucho más que una fiesta: es un símbolo de identidad, una explosión de alegría y una cita imprescindible en el calendario festivo de la localidad.